En el siglo XVII, la sencillez y elegancia con que Isaac
Newton había logrado explicar las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos
y el de los astros, unificando la física terrestre y la celeste, deslumbró
hasta tal punto a sus contemporáneos que llegó a considerarse completada la
mecánica. A finales del siglo XIX, sin embargo, era ya insoslayable la
relevancia de algunos fenómenos que la física clásica no podía explicar.
Correspondió a Albert Einstein superar tales carencias con la creación de un nuevo
paradigma: la teoría de la relatividad, punto de partida de la física moderna.
Albert Einstein en 1947
En tanto que modelo explicativo completamente alejado del
sentido común, la relatividad se cuenta entre aquellos avances que, en los
albores del siglo XX, conducirían al divorcio entre la gente corriente y una
ciencia cada vez más especializada e ininteligible. No obstante, ya en vida del
físico o póstumamente, incluso los más sorprendentes e incomprensibles aspectos
de la relatividad acabarían siendo confirmados. No debe extrañar, pues, que
Albert Einstein sea uno de los personajes más célebres y admirados de la
historia de la ciencia: saber que son ciertas tantas ideas apenas concebibles
(por ejemplo, que la masa de un cuerpo aumenta con la velocidad) no deja más
opción que rendirse a su genialidad.
Un mal estudiante
Albert Einstein nació en la ciudad bávara de Ulm el 14 de
marzo de 1879. Fue el hijo primogénito de Hermann Einstein y de Pauline Koch,
judíos ambos, cuyas familias procedían de Suabia. Al siguiente año se
trasladaron a Munich, en donde el padre se estableció, junto con su hermano
Jakob, como comerciante en las novedades electrotécnicas de la época.
El pequeño Albert fue un niño quieto y ensimismado, y tuvo un
desarrollo intelectual lento. El propio Einstein atribuyó a esa lentitud el
hecho de haber sido la única persona que elaborase una teoría como la de la
relatividad: «un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el
espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto
lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, he tenido un desarrollo
tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el
tiempo hasta que he sido mayor».
En 1894, las dificultades económicas hicieron que la familia
(aumentada desde 1881 con el nacimiento de una hija, Maya) se trasladara a
Milán; Einstein permaneció en Munich para terminar sus estudios secundarios,
reuniéndose con sus padres al año siguiente. En el otoño de 1896 inició sus
estudios superiores en la Eidgenossische Technische Hochschule de Zúrich, en
donde fue alumno del matemático Hermann Minkowski, quien posteriormente
generalizó el formalismo cuatridimensional introducido por las teorías de su
antiguo alumno.
Einstein con Elsa, su segunda esposa
El 23 de junio de 1902, Albert Einstein empezó a prestar sus
servicios en la Oficina Confederal de la Propiedad Intelectual de Berna, donde
trabajó hasta 1909. En 1903 contrajo matrimonio con Mileva Maric, antigua
compañera de estudios en Zúrich, con quien tuvo dos hijos: Hans Albert y
Eduard, nacidos respectivamente en 1904 y en 1910. En 1919 se divorciaron, y
Einstein se casó de nuevo con su prima Elsa.
La relatividad
Durante 1905, publicó cinco trabajos en los Annalen der
Physik: el primero de ellos le valió el grado de doctor por la Universidad de
Zúrich, y los cuatro restantes acabarían por imponer un cambio radical en la
imagen que la ciencia ofrece del universo. De estos cuatro, el primero
proporcionaba una explicación teórica, en términos estadísticos, del movimiento
browniano, y el segundo daba una interpretación del efecto fotoeléctrico basada
en la hipótesis de que la luz está integrada por cuantos individuales, más
tarde denominados fotones. Los dos trabajos restantes sentaban las bases de la
teoría restringida de la relatividad, estableciendo la equivalencia entre la
energía E de una cierta cantidad de materia y su masa m en términos de la
famosa ecuación E = mc², donde c es la velocidad de la luz, que se supone
constante.
El esfuerzo de Einstein lo situó inmediatamente entre los más
eminentes de los físicos europeos, pero el reconocimiento público del verdadero
alcance de sus teorías tardó en llegar; el Premio Nobel de Física, que recibió
en 1921, le fue concedido exclusivamente «por sus trabajos sobre el movimiento
browniano y su interpretación del efecto fotoeléctrico». En 1909 inició su
carrera de docente universitario en Zúrich, pasando luego a Praga y regresando
de nuevo a Zúrich en 1912 para ser profesor del Politécnico, en donde había
realizado sus estudios.
Einstein tocando el violín, una de sus aficiones favoritas (c.
1930)
En 1914 pasó a Berlín como miembro de la Academia de Ciencias
prusiana. El estallido de la Primera Guerra Mundial le forzó a separarse de su
familia (por entonces de vacaciones en Suiza), que ya no volvió a reunirse con
él. Contra el sentir generalizado de la comunidad académica berlinesa, Einstein
se manifestó por entonces abiertamente antibelicista, influido en sus actitudes
por las doctrinas pacifistas de Romain Rolland.
En el plano científico, su actividad se centró, entre 1914 y
1916, en el perfeccionamiento de la teoría general de la relatividad, basada en
el postulado de que la gravedad no es una fuerza sino un campo creado por la
presencia de una masa en el continuum espacio-tiempo. La confirmación de sus
previsiones llegó en 1919, al fotografiarse el eclipse solar del 29 de mayo;
The Times lo presentó como el nuevo Newton y su fama internacional creció,
forzándole a multiplicar sus conferencias de divulgación por todo el mundo y
popularizando su imagen de viajero de la tercera clase de ferrocarril, con un
estuche de violín bajo el brazo.
Hacia una teoría unificadora
Durante la siguiente década, Einstein concentró sus esfuerzos
en hallar una relación matemática entre el electromagnetismo y la atracción
gravitatoria, empeñado en avanzar hacia el que, para él, debía ser el objetivo
último de la física: descubrir las leyes comunes que, supuestamente, habían de
regir el comportamiento de todos los objetos del universo, desde las partículas
subatómicas hasta los cuerpos estelares, y agruparlas en una única teoría
"de campo unificado". Tal investigación, que ocupó el resto de su
vida, resultó infructuosa y acabó por acarrearle el extrañamiento respecto del
resto de la comunidad científica. A partir de 1933, con el acceso de Hitler al
poder, su soledad se vio agravada por la necesidad de renunciar a la ciudadanía
alemana y trasladarse a Estados Unidos; Einstein pasó los últimos veinticinco
años de su vida en el Instituto de Estudios Superiores de Princeton (Nueva
Jersey), ciudad en la que murió el 18 de abril de 1955.
Einstein dijo una vez que la política poseía un valor
pasajero, mientras que una ecuación valía para toda la eternidad. En los
últimos años de su vida, la amargura por no hallar la fórmula que revelase el
secreto de la unidad del mundo hubo de acentuarse por la necesidad que sintió
de intervenir dramáticamente en la esfera de lo político. En 1939, a instancias
de los físicos Leo Szilard y Paul Wigner, y convencido de la posibilidad de que
los alemanes estuvieran en condiciones de fabricar una bomba atómica, se
dirigió al presidente Roosevelt instándole a emprender un programa de
investigación sobre la energía atómica.
Después de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, Einstein
se unió a los científicos que buscaban la manera de impedir el uso futuro de la
bomba y propuso la formación de un gobierno mundial a partir del embrión
constituido por las Naciones Unidas. Pero sus propuestas en pro de que la
humanidad evitara las amenazas de destrucción individual y colectiva,
formuladas en nombre de una singular amalgama de ciencia, religión y
socialismo, recibieron de los políticos un rechazo comparable a las críticas
respetuosas que suscitaron entre los científicos sus sucesivas versiones de la
idea de un campo unificado.
Albert Einstein sigue siendo una figura mítica de nuestro
tiempo; más, incluso, de lo que llegó a serlo en vida, si se tiene en cuenta
que aquella fotografía suya en que exhibe un insólito gesto de burla (sacando
la lengua en una cómica e irreverente expresión) se ha visto elevada a la
dignidad de icono doméstico después de ser convertida en un póster tan habitual
como los de los ídolos de la canción y los astros de Hollywood. Sin embargo, no
son su genio científico ni su talla humana los que mejor lo explican como mito,
sino, quizás, el cúmulo de paradojas que encierra su propia biografía,
acentuadas con la perspectiva histórica. Al Einstein campeón del pacifismo se
le recuerda aún como al «padre de la bomba»; y todavía es corriente que se
atribuya la demostración del principio de que «todo es relativo» precisamente a
él, que luchó encarnizadamente contra la posibilidad de que conocer la realidad
significara jugar con ella a la gallina ciega.
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