Personaje fascinante y contradictorio, John F. Kennedy es uno
de los políticos estadounidenses más recordados de la segunda mitad del siglo
XX. Tras convertirse en el primer católico que accedía a la presidencia de
Estados Unidos, impulsó una política de reformas destinadas a recuperar para su
país la primacía mundial, puesta en duda por los éxitos espaciales soviéticos.
Sus proyectos políticos quedaron truncados por su asesinato en 1963, un
magnicidio cuyos móviles nunca han quedado del todo esclarecidos y que ha dado
lugar a múltiples conjeturas. La prematura muerte del presidente (cuya familia
ha estado rodeada de un aura de fatalidad, pues diversos de sus miembros
fallecieron en circunstancias trágicas) contribuyó a otorgar a su figura un carácter
mítico.
John Kennedy
La historia norteamericana del clan Kennedy se remonta a
1848, cuando un irlandés llamado Patrick Kennedy llegó a la prometedora tierra
de los Estados Unidos y se estableció como tonelero. Uno de sus nietos, Joseph
Patrick Kennedy, se hizo cargo más de medio siglo después del discreto
patrimonio reunido por su abuelo y por su padre y construyó con él una de las
mayores fortunas de Norteamérica.
Un clan poderoso
Joseph Patrick Kennedy, llamado familiarmente Joe, mostró
desde la infancia una gran aptitud para los negocios y un decidido deseo de
medrar. Casado con Rose, una emprendedora joven hija de John Fitzgerald, ex
alcalde de Boston, comenzó a amasar su patrimonio en esta ciudad, cimentándolo
en la administración de viviendas, la especulación en bolsa y la industria
cinematográfica. Joe era astuto, frío y en extremo inteligente para los asuntos
de dinero; como había ayudado a Roosevelt durante su campaña presidencial,
consiguió durante el período de Ley Seca un permiso especial de importación de
licores para "fines terapéuticos"; cuando sus bodegas estaban
repletas, la ley fue derogada y Joe pudo despachar todo el licor comprado a
bajo precio como si fuera oro. Al desatarse la crisis económica de 1929, fue de
los pocos que salió a flote, e incluso pudo conseguir algunas ganancias.
Uno de sus hijos, llamado John Fitzgerald como su abuelo
materno, había nacido el 29 de mayo de 1917 en Brookline (Massachusetts). John
era el segundo hermano de una larga prole compuesta por Joe, Rosemary,
Kathleen, Eunice, Pat, Jean, Bobby y Teddy. Con el fin de prepararlos desde la
más tierna infancia para convertirse en verdaderos Kennedy, el padre se encargó
de fomentar en todos ellos una firme disciplina y un sano espíritu de
competencia: "No me importa lo que hagáis en la vida, pero hagáis lo que
hagáis, sed los mejores del mundo. Si habéis de picar piedra, sed los mejores
picapedreros del mundo."
Para John, pronto estuvo claro que no tenía nada que hacer
frente a su hermano Joe, un muchachote musculoso, inteligente, de brillante
verbo y gran magnetismo personal. Por el contrario, él era más bien debilucho,
tímido e introvertido. Mientras estudiaba en la Canterbury School de
Connecticut y luego en la Universidad de Harvard, la sombra de Joe, "el
preferido", planeó continuamente sobre la conciencia de John Fitzgerald
Kennedy. Al mismo tiempo que su hermano cosechaba triunfos académicos en Gran
Bretaña, él contrajo la hepatitis y se vio obligado a interrumpir sus estudios
durante largas temporadas. Acabó por reponerse, pero a pesar de sus esfuerzos
por destacar, nunca consiguió demasiados éxitos en las aulas. En Harvard sólo
obtuvo calificaciones destacables en la etapa final de su carrera y únicamente
en economía y ciencias políticas. El deporte conseguía interesarle más que
estas disciplinas intelectuales y en ningún momento se sintió atraído por la
carrera política, para la cual parecía estar destinado su hermano mayor.
En 1932, cuando Franklin D. Roosevelt se presentó a las
elecciones presidenciales, su padre solventó su campaña decidido a probar
fortuna en la carrera política. Consiguió ser presidente de la comisión federal
de la marina mercante, y más tarde, en 1937, fue nombrado embajador en Gran
Bretaña. Aquel descendiente de inmigrantes, ferviente católico y siempre
ambicioso, había hecho una enorme fortuna y ahora triunfaba también en el
ámbito de la política. Sus dos hijos mayores lo acompañaron a Europa en calidad
de ayudantes y John pudo viajar a la URSS, Turquía, Polonia, América del Sur y
otras regiones, de cuya situación informó puntualmente al patriarca de la
familia.
Fue a raíz de esta gira cuando John empezó a interesarse
seriamente por la política. De regreso a los Estados Unidos se volcó en sus
estudios y logró que sus calificaciones académicas mejoraran considerablemente.
Se interesó por los distintos conflictos que desembocarían en la Segunda Guerra
Mundial, y especialmente por la actitud de Gran Bretaña respecto a Europa. De
todos esos apuntes surgió el tema de su tesis, Why England slept (Por qué
dormía Inglaterra), título tomado de los discursos de Churchill y que le valió
una graduación magna cum laude en junio de 1940. Más adelante publicó el libro
que resumía esta investigación, y llegó a vender ochenta mil ejemplares.
Comandante en la Segunda Guerra Mundial
La vida optimista de los Kennedy sufrió, a partir de la
Segunda Guerra Mundial, un fuerte viraje. La postura aislacionista de Joseph
Patrick Kennedy y su falta de colaboración con el gobierno británico le
obligaron a abandonar la embajada. Eran bien conocidas sus simpatías por el
general Franco, y de regreso a Boston se ganó una merecida fama de antisemita
por su animadversión hacia los numerosos judíos europeos refugiados en su
tierra.
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, su hermano Joe se
alistó en la aviación y él quiso ingresar en la marina, para lo que hubo de
vencer los obstáculos médicos derivados de una lesión en la espalda que había
sufrido de niño. Tenía veinticinco años cuando recibió el nombramiento de
comandante de una lancha torpedera que actuaba en el Pacífico.
Un joven Kennedy en uniforme de marina
Los dos oficiales y diez soldados a sus órdenes compartieron
con él numerosos éxitos combatiendo contra los japoneses. Pero el día 2 de
agosto de 1943, mientras cumplía una misión para la que se había ofrecido
voluntario, un destructor japonés los abordó en medio de la noche y partió la
patrullera por la mitad. Varios tripulantes murieron en el choque. Los
supervivientes permanecieron a la deriva durante quince horas y John se
comportó encomiablemente al arrastrar hasta la costa a uno de sus soldados
herido en las piernas. Aunque hay quien ha atribuido el percance a una
imprudencia de John, lo cierto es que el joven comandante Kennedy fue
considerado un héroe de guerra.
La convalecencia fue larga. Su lesión dorsal se había
agravado y John pensó que su maltrecho físico no estaba para demasiados sueños
de gloria política. Sin embargo, el destino salió a su encuentro: su hermano Joe
murió el 12 de agosto de 1944 en un accidente aéreo, cuando intentaba destruir
las bases alemanas de las bombas volantes V-1 y V-2. El patriarca volvió sus
ojos hacia él y decidió que ocupase la vacante de Joe en la lucha por
conquistar la presidencia de los Estados Unidos.
En 1945, cuando John trabajaba como corresponsal en el
«imperio» Hearst y había cubierto ya varias conferencias internacionales,
Joseph Patrick Kennedy le expresó su deseo de que ocupase el puesto que Joe y
se dedicase a la política. John tuvo que aprender a dominar su timidez y su
retraimiento para convertirse en un político profesional. Estrechar las manos
de desconocidos, sonreír ante los periodistas y tener siempre en los labios una
frase más o menos ingeniosa para ellos comenzó a ser su pan de cada día. Su
amplia sonrisa, su aspecto de niño y sus ojos melancólicos pronto encontraron
adeptos en el seno del Partido Demócrata y entre los electores, fascinados por
su juventud y por su imagen de brillante y honrado universitario. Después de
una exhaustiva campaña en la que estuvo siempre apoyado económica y
doctrinalmente por su familia, John Kennedy logró convertirse en 1946 en
diputado del Partido Demócrata por Boston en la Cámara de Representantes y
mantuvo su escaño en las elecciones de 1948 y 1950.
Una fulgurante carrera política
John ocupó rápidamente un lugar descollante en la escena
política estadounidense. Su acción legislativa, sin embargo, fue discreta. Se
caracterizó, primero, por una retroactiva desaprobación al gobierno Roosevelt y
por la presentación de varios proyectos de contenido social, rechazados en la
mayoría de los casos. Lo más destacable de esta primera etapa de su vida
política fue su franco apoyo a todas las ayudas internacionales: el préstamo
otorgado a Gran Bretaña, la ayuda a Grecia y Turquía, el Plan Marshall y otras
medidas afines. En 1949 sorprendió con un discurso hostil a la política
estadounidense llevada a cabo en China, a causa de la cual, afirmó, los Estados
Unidos habían perdido la posibilidad de conseguir una China no comunista. El
tono crítico a la política oficial y el encarnizamiento anticomunista que
mostró se asemejaban al que, a partir de un año más tarde, emplearía el senador
por Wisconsin Joseph McCarthy.
Kennedy en la convención demócrata de 1958
En abril de 1952, a sus treinta y cinco años, su padre lo
instó a presentarse a senador por el estado de Massachusetts. De nuevo el clan
se lanzó a una frenética actividad: se trataba de disputar el puesto a Henry
Cabot Lodge, quien lo mantenía desde 1935. Corrieron ríos de tinta y dólares.
Sus imágenes forraron el estado. La televisión emitía cada noche «El café en la
casa de los Kennedy», donde se mostraba la unión y la fuerza del clan, la paz y
la elegancia del hogar. Se celebraron banquetes en Palm Beach y Hyannis Port,
sus dos fortalezas de Florida; millones de tarjetas navideñas personalizadas
saturaban los correos; y sus obras de beneficencia (en especial, ayudas a
centros de deficientes mentales, en uno de los cuales estaba internada su hermana
Rosemary) no dejaban de destacar en los periódicos.
A uno de esos banquetes invitó a la reportera de un diario de
Washington que había conocido un año antes: Jacqueline Lee Bouvier. Jacqueline
no tardó en enamorar al aspirante a senador y a su familia, pues combinaba a la
perfección su belleza con sus conocimientos idiomáticos (hablaba varias
lenguas), y el encanto de su origen francés con la dote de su padre, célebre
financiero neoyorquino. La boda se celebró en Boston el 12 de septiembre de
1953; asistieron mil doscientos invitados, que formaron en cola para saludar a
Jack y Jackie. Jacqueline Kennedy se convirtió desde ese día en una de las
mejores bazas del futuro presidente.
La boda de John Kennedy y Jacqueline Bouvier
En octubre de 1954, John Kennedy se vio obligado a alejarse
de la vida política. La antigua dolencia de espalda, por la que ya había sido
intervenido, se agravó, y el uso de muletas (ocultas en el coche durante sus
campañas) se hizo cada vez más necesario. Tuvo que ser operado para unir sus
vértebras descolocadas. Tras la operación, se recluyó en Hyannis Port con
cuantiosa documentación histórica de los archivos del Senado y dedicó su tiempo
a escribir un nuevo libro, Perfiles de coraje. La obra contenía ocho retratos
de personajes políticos estadounidenses del siglo XIX y fue publicada un año
después con éxito de crítica y público. En 1957 obtendría por esta obra el
Premio Pulitzer. Pero su enfermedad no remitía y, en febrero de 1955, debió
someterse a una nueva intervención, tras la cual logró recuperarse. Volvió a la
vida pública dispuesto a presentar su candidatura para la vicepresidencia del
Partido Demócrata. Sin embargo, fue vencido por Estes Kefauver.
La abrumadora victoria de Eisenhower no amedrentó a los
demócratas, que veían en Kennedy el candidato idóneo para las elecciones
presidenciales de 1960. Su ausencia de Washington lo benefició en cierto
sentido, ya que en diciembre de 1954, cuando el Senado condenó a McCarthy, no
se vio obligado a manifestarse ante los censores. Según su posterior
colaborador Robert Sorensen, Kennedy no aprobaba la mentalidad maccarthista,
pero tampoco se adhería a los liberales. Su hermano Bob había formado parte de
la comisión presidida por McCarthy como consejero jurídico, y él mismo la había
integrado. A pesar de ello, nadie pareció oír a Eleanor Roosevelt cuando se
preguntó de viva voz si los liberales podrían dar su voto a un hombre que ni
siquiera había condenado a McCarthy.
Kennedy en campaña electoral
Pero los liberales, e incluso los no liberales, se lo dieron.
En 1960 el clan intensificó su actividad, pero el triunfo final fue una
conquista personal de Kennedy. En los últimos años había hecho nuevas e
influyentes amistades y estaba rodeado de eficaces colaboradores, recuperados
en su mayoría de Harvard. Acababa de publicar su tercer libro, La estrategia de
la paz, y había tenido tiempo de profundizar en todos los temas de preocupante
actualidad de su país susceptibles de reforma. El núcleo de su campaña
electoral cristalizó en torno a la idea de una nueva época que había de iniciar
América, la denominada "Nueva Frontera", que evocaba el espíritu
pionero de la conquista del Oeste. Con su sola presencia, Kennedy empezó a
infundir esperanzas de renovación a un país cansado de una administración
anquilosada desde el New Deal de Roosevelt. Pulcro, levemente despeinado, paseó
su joven imagen por el mundo, junto a una Jackie en estado y con su hija de
tres años, Caroline. Con su lema «Kennedy está en el cambio», arrasó en las
elecciones primarias y, aunque por escasísimo margen, el 8 de noviembre logró
la victoria sobre Nixon.
En la presidencia
Cuando el 21 de enero de 1961 tomó posesión de su cargo, ya
nadie dudaba que Kennedy haría realidad su lema. Una de sus primeras medidas
fue recomendar la puesta en libertad del líder negro Martin Luther King, que
cumplía una condena a trabajos forzados en Georgia. Más tarde, su actuación en
favor de la integración racial fue tildada de vacilante, pero pese al rechazo de
que fue objeto su proyecto de ley de derechos civiles en el Congreso (en
general todo proyecto suyo encontró en el Congreso una fuerte oposición), dejó
su huella entre los negros, que llegaron a compararlo con el mítico presidente
Abraham Lincoln.
Kennedy en una alocución sobre los
derechos civiles (11 de junio de 1963)
En los mil treinta y siete días que gobernó, Kennedy dejó la
impronta del cambio. Apenas instalado en el despacho oval, escoltado por Dean
Rusk como secretario de Estado y de su hermano Bob como fiscal general, sus
medidas renovadoras se sucedieron. La ayuda federal al sistema educativo, el
impulso que dio a la cultura y a las artes y, sobre todo, el relanzamiento de
la economía, que condujo a un marcado crecimiento del consumo y de las inversiones
privadas (lo que, a su vez, permitió recuperar el retraso aerospacial del país
respecto a la Unión Soviética) fueron sólo algunas de sus más célebres
innovaciones.
Su programa, de corte liberal, se basó fundamentalmente en la
recuperación económica, la mejora de la Administración, la diversificación de
los medios de defensa y el establecimiento de una alianza para el desarrollo
integral del continente americano. Este último objetivo se plasmó en la
formación de un frente común con los países de Centro y Sudamérica, la llamada
Alianza para el Progreso, cimentada en los siguientes puntos: 1) apoyo a las
democracias contra las dictaduras; 2) concesiones de créditos a largo plazo; 3)
estabilización de precios en la exportación; 4) programas de reforma agraria;
5) estímulos a la inversión privada; 6) ayuda técnica e intercambio de
información y estudiantes; 7) control de armas, y 8) fortalecimiento de la
Organización de Estados Americanos. Para llevar adelante esta política, Kennedy
convocó a los dirigentes del hemisferio invitándoles a unirse formalmente a la
Alianza. Todos quedaron deslumbrados por aquel joven cargado de ilusiones y de
ideas de regeneración y reforma. Pero uno no acudió a la cita: Fidel Castro,
que desde 1959 era jefe del gobierno cubano.
Con Eisenhower como presidente, la CIA ya había preparado un
plan de invasión de la isla de Cuba, al tiempo que se adiestraban en Guatemala
guerrillas anticomunistas. La ineptitud de los gobernantes norteamericanos
había cerrado las puertas al dirigente cubano, empujándolo a radicalizar su
revolución. Los Estados Unidos no habían hecho nada para ayudar a Cuba en su
necesidad de progreso económico, y cuando Kennedy llegó al poder era ya
demasiado tarde.
El presidente se resistió a aceptar el plan de ataque de la
CIA en varias ocasiones, pero acabó cediendo ante las presiones de los
militares. En abril de 1961 comenzó la operación, pero la resistencia de las
tropas castristas y del pueblo cubano convirtieron el desembarco en la Bahía de
Cochinos en un estrepitoso fracaso. Kennedy y su administración sufrieron un
duro golpe y Castro anunció que Cuba se había convertido en una república
socialista; la invasión tuvo, pues, un efecto completamente opuesto al deseado.
Respecto a la URSS, Kennedy intentó un cierto acercamiento
que se visualizó en junio de 1961 en la entrevista con Nikita Kruschev que tuvo
lugar en Viena. Pero la invasión abortada de la Bahía de Cochinos, la erección
del muro de Berlín y, sobre todo, el descubrimiento de una base de misiles con
carga nuclear en Cuba instalada por los soviéticos interrumpieron las
negociaciones.
Kennedy firma la orden de bloqueo naval a Cuba
El temple de Kennedy se puso de manifiesto cuando exigió al
dirigente soviético el desmantelamiento de aquellas bases; durante varios meses
angustiosos se temió que el conflicto desencadenara una guerra nuclear, pero
Kruschev terminó por ceder y la llamada crisis de los misiles acabó
constituyendo un éxito indudable para el presidente norteamericano.
A pesar de todo, posteriormente se produciría un
entendimiento definitivo entre las dos superpotencias, plasmado en 1963 con la
firma del Tratado de Moscú sobre el control y disminución de las pruebas
nucleares en la atmósfera. En cuanto a la Alianza para el Progreso, destinada
en principio a favorecer el surgimiento y consolidación de regímenes
democráticos en el hemisferio americano, no impidió la extensión del
militarismo ni el apoyo de los Estados Unidos a los gobiernos dictatoriales que
respaldaron las posiciones de Washington. No hay que olvidar que la primera
incursión de la CIA en Vietnam se llevó a cabo bajo su mandato. Si sus fines
eran indudablemente democráticos, no lo eran tanto los medios de lograrlos. El
principal artífice del hombre político había sido alguien tan poco digno de
crédito como su padre. A este respecto Truman, dirigiéndose a un temeroso del
catolicismo de Kennedy, dijo: «Yo no temo al papa, sino al papá».
Kennedy y Jacqueline momentos antes del asesinato
En 1963, Kennedy comenzó a preparar el terreno para las
siguientes elecciones e inició una gira por diversas ciudades del país. El 22
de noviembre de 1963 John Kennedy y su esposa, seguidos del vicepresidente
Lyndon Johnson, entraron en Dallas. Era parte de su campaña en la zona más
reacia del país con vistas a su reelección de 1964. Cuando recorría sus calles
en un coche descubierto, unos disparos sonaron por encima de los vítores y
segaron su vida. Poco después moría en el hospital, desatando la consternación
del mundo entero.
Según el informe Warren, el autor del magnicidio fue Lee
Harvey Oswald, que desde lo alto de un edificio disparó con un fusil de
repetición con mira telescópica. Sin embargo, subsistieron serias dudas sobre
la exactitud de esta versión, y desde entonces han sido señalados como
culpables desde la mafia hasta la sociedad racista Ku Klux Klan, pasando por
los trust petrolíferos y armamentistas y la propia CIA. El enigma sigue abierto
y probablemente nunca llegará a resolverse.
El funeral de Kennedy
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